Nuestra sociedad avanza hacia un crecimiento
establecido de la población de la tercera edad, con un grado mayor o menor de
dependencia. Si a esto añadimos la incorporación de la mujer al trabajo con
horarios exigentes, tenemos que la figura del cuidador tradicional, que recaía
en la mujer como principal agente, ha sido desbordada y vive estos cuidados con
temor, ansiedad y preocupación, provocando en muchas ocasiones que el cuidador
claudique ante esta dura tarea. El estrés que ocasiona la tarea de cuidar ha
sido ampliamente documentado en múltiples estudios referidos principalmente a
cuidadores de enfermos de Alzheimer, esquizofrenia y otros trastornos mentales.
Considerando
al cuidador como la persona que atiende
las necesidades de salud - en sentido amplio - de la persona dependiente a lo
largo de todo el ciclo vital. Un cuidador puede realizar su actividad durante
la etapa infantil, en la madurez o en la senectud. Es, por tanto, necesario proporcionar
un soporte de apoyo a este colectivo que tanto bien aporta a la sociedad y que,
con su esfuerzo y dedicación generosa, cubren las necesidades de las personas las
dependientes
SOPORTE SOCIAL
El apoyo social representa el recurso social más
importante con el que superar las adversidades que acompañan a los
acontecimientos vitales estresantes. El apoyo social atiende a una
multiplicidad de dimensiones, una definición que las recoja ha de ser
necesariamente laxa. Por este motivo, la definición aportada por Lin (1986) es
una de las más comprensivas y aceptada. Este autor concibe el apoyo social como
provisiones instrumentales o expresivas, reales o percibidas, dadas por la
comunidad, redes sociales y amigos íntimos. Esta definición recoge tres tipos
de apoyo social que aparecen fundamentalmente en todas las clasificaciones de
este constructo: emocional, tangible o instrumental e informacional (Barrón,
1996; Shaefer, Coine y Lazarus, 1981).
El primero representa el sentimiento de ser amado, la
seguridad de poder confiar en alguien y de tener intimidad en esa persona.
El apoyo instrumental tangible o material hace
referencia a la posibilidad de disponer de ayuda directa (por ejemplo, cuidar
de la casa cuando uno se ausenta, cuidar de un familiar, etc.). La última de
las funciones, consiste en la provisión de consejo o guía para ayudar a las
personas a resolver sus problemas. Así, cuando las personas se enfrentan con un
problema que no puede resolverse de un modo fácil y rápido, tratan de buscar
información acerca de su situación, posibles modos de solucionarla o recursos
adecuados para disminuir los perjuicios que les ocasiona. En este proceso de
búsqueda de ayuda, las redes sociales representan un importante punto de
referencia para las personas necesitada (De Paulo, Nadler y Fisher, 1983).
Defiende que es precisamente en aquellas condiciones
en las que la persona se ve sometida a
estrés, cuando el apoyo social ejerce su influencia sobre su estado anímico de
salud y bienestar generales. Esta teoría señala dos efectos principales
derivados de la disposición de apoyo social (Barrón, Lozano y Chacón, 1988). De
acuerdo con el modelo transaccional de Lazarus y Folkman (1986), el apoyo
social actuaría tanto sobre la evaluación primara como secundaria: sobre la
primera, la provisión de soporte de otras personas ayudaría a redefinir la
situación estresante como menos dañina o amenazante. En cuanto a la valoración
secundaria, el disponer de los recursos aportados por su red (tanto
emocionales, como instrumentales o de información) aumenta la percepción de su
capacidad de hacer frente a la situación promoviendo conductas saludables en el
sujeto que le ayudan a reducir las reacciones negativas ante el estrés
(Cutrona, 1986).
En un estudio longitudinal llevado a cabo por Berkman
y Syme (1979) durante nueve años, estos autores encontraron, que las personas
con menor apoyo social tenían una probabilidad de morir durante ese período de
casi tres veces superior a la de aquellos que disfrutan de una mayor
vinculación social. Este mismo patrón de resultados se ha observado en estudios
como el realizado en la comunidad de Tucumseh en Michigan (House, Robbins y
Metzner, 1982), en Seattle (Bosworth y Schaie, 1997), o en otros llevados a
cabo con muestras de otros países como Suecia (Orth-Gomer y Jonson, 1987),
Japón (Sugisawa, Liang y Liu, 1994) o Dinamarca (Avlund, Damsgard y Holsteins,
1998).
Son de destacar las hipótesis aportadas por Berkman
(1985) en cuanto a los posibles mecanismos que puedan mediar la relación
negativa entre el apoyo social y morbilidad / mortandad. Este autor destaca los
siguientes:
1.
Las personas que
disponen de mayor apoyo tienen también la posibilidad de obtener mejores
cuidados médicos.
2.
La mayor
disponibilidad de apoyo supone una mayor provisión de ayuda directa proveniente
de la propia red, lo que se traduce en un mejor estado de salud.
3.
La red social
actúa como modelo para la adquisición de conductas saludables que disminuyen el
riesgo de padecer enfermedades.
4.
La
disponibilidad de apoyo social actúan a nivel fisiológico aumentando las
defensas del sujeto y de esta manera su inmunidad frente a determinadas
patologías.
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